Título original: 6 Underground
Año: 2019
Duración: 128 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Michael Bay
Guión: Patrick Wernick, Rhett Reese
Con: Ryan Reynolds, Mélanie Laurent, Manuel Garcia-Ruffo, Ben Hardy, Adria Arjona, Dave Franco, Corey Hawkins, Lior Raz, Payman Maadi, Yuri Kolokolnikov.
Grado: 7/10
Reseña: Hugo C
Reseña con algún que otro spoiler.
Desde hace unos años tenía a Michael Bay en mi lista negra, o, mejor dicho, en mi lista de cineastas a evitar, junto a "luminarias" como el finado Tony Scott o el también finado Joel Schumacher. Sin embargo, en esta película Bay casi no parece él, a pesar de que sí, hay momentos en los que es innegable que se trata de él. Esto es algo bueno que espero que se repita y es mi deseo para estas Fiestas de fin de año para él y su familia.
Aún así, tengo que decir que lo que me motivó a ver esta película es, por supuesto, Ryan Reynolds, que, como siempre, hace de Ryan Reynolds, y si uno va con esas expectativas, 6 Underground (2019) no decepciona, aunque aquí no tenemos al Ryan Reynolds de siempre sino a uno que está un poco harto de todo, con una expresión que nos hace esperar un estornudo que nunca llega, serio como perro en bote. Tal vez sea cómo el tipo compone el personaje, en este caso, de un billonario que se hace pasar por muerto pero conserva sus billones –y no, no estoy resfriado, pero gracias por preguntar– para combatir el crimen.
Uno –que así se hace llamar el ricachón– recluta a cinco personas más, las ayuda a fraguar sus respectivos óbitos y les asigna un número a cada uno: Dos es la ex agente de la CIA, Tres el asesino a sueldo, Cuatro el saltimbanqui, Cinco la médica –por si alguno necesita una aspirina o una operación a corazón abierto– y Seis el chofer. En las viejas películas el negro es el primero que muere. Acá no, sino que el negro es el tipo cool que a pesar de ser reclutado a último momento termina cambiando las reglas y demostrando que se las sabe todas.
Porque el primero que muere es el chofer, un tipo que es una especie de Baby Driver pero más simpático. Lo raro es que en vez de reemplazarlo con otro experto similar, lo reemplazan con un francotirador, que tal vez no sepa manejar pero al menos es negro y brinda la cuota de representación que necesitaba (?) la película. Supongo que de aquí en más el grupo irá a sus misiones en taxi.
La película comienza con una interesante persecución por Milán que dura unos 15 minutos, lo que es mucho pero en este caso es tiempo bien empleado y nos sirve a la vez como presentación del sexteto y como despedida del pobre Seis. Trascartón, Uno recluta a Siete, el francotirador. Ajá. De nuevo: ¿por qué no un chofer? Ya teníamos a dos asesinos, y con Siete son tres, lo que es mucho para sólo un total de seis operarios. Pero bueno, allá ellos.
El billonario, que hace las veces de genio informático y forjó su fortuna vendiendo imanes, tiene un listado de dictadores y otras lacras y planea ir volteando muñecos para hacer del mundo un lugar mejor. El problema es que tanto él como sus acólitos recién están comenzando en esto de ser cuentapropistas de la justicia, y esta aventura comienza y termina siendo una especie de Año Uno con una misión imposible resuelta a los ponchazos, bajo el auspicio de la Ley de Murphy.
El argumento de esta primera misión es relativamente simplote: defenestrar a un tirano de un incierto país balcánico y poner en su lugar al hermano bueno y democrático. Ah, esa manía de los estadounidenses y sus películas por meterse donde no los llaman… que aquí se pone en evidencia porque antes la CIA se encargó de sacar de circulación al hermano bueno, el mismo al que ahora hay que apoyar, al menos extraoficialmente.
Así que tenemos un tinglado similar al de cualquier episodio de Mission: Impossible, pero un poco menos creíble, y resuelto con mucho CGI –que hoy en día es más barato que antaño–, un segundo equipo de filmacion en algunas ciudades europeas, y en fin, lo de siempre: persecuciones en auto, escenas de riesgo, un poquito de romance y mucha, mucha suerte, alguna que otra coincidencia forzada y un desprecio total por las leyes de la física.
Y la cosa se resuelve a trancas y a barrancas, pero bien filmada –¿quién es usted y qué ha hecho con el verdadero Michael Bay?–, con actores competentes y una Mélanie Laurent que no escatima y además está más buena que comer dulce de leche –de ése que viene en envase de cartón– a cucharadas. En síntesis: la película entretiene, se disfruta, pero tiene ese tufillo a telefilme que no termina de convencer del todo, sensación que se aumenta con este Ryan Reynolds un pelín (demasiado) serio. No esperen una secuela, porque nones, los cráneos de Netflix decidieron que no habría. ¿La recomiendo? Sí, para ver con amigos, pizza y cerveza.